Tras mucho tiempo de
incertidumbre y de dejar vacíos algunos recuerdos, se tiene la esperanza de
retomar la vida, unas vacaciones del alma. Tras años de monotonía y suspiros
pasajeros, se logra conocer poco de tal bagaje existencial. Pueden sonar como
las tonterías de un loco, pero al estar inmerso en un mundo de soledad, donde
la multitud hace más agobiante el sentido de estar solo, se puede caer en un
dilema moral.
Pretextos, juicios sin sentidos,
roces pasajeros, la lujuria del momento… todo es parte de la vida de un pequeño
individuo (como yo), que donde el azar lo pude llevar al limbo de lo cotidiano.
Despertar, comer, vestirse, ir a la universidad, pensar en las sutilezas de la
naturaleza… todo se convierte en un camino sin sentido. Las metas comienzan a
oscurecerse, están tan lejanas como las estrellas cuando se miran, sin querer,
por la ventana. La lejanía del cosmos me hace recordar aquel agujero que tenía
en el pecho que, frente a la luz del día, ocultaba con sin mucho éxito.
Aún no he descubierto que se pueda
tener una vida en el vaivén de las olas. Solitario, tranquilo, tan aburrido
como el viejo y el mar. Todo me ha llevado a la conclusión de que, una vida así
de tediosa, llega a estropear los más bellos momentos. ¿Quién dice que la vida
no puede cambiar sin previo aviso?, antes creía que amar a una persona era
simplemente aceptarla por lo que era y sentir mariposas en el estómago. Pero
tras conocer la universidad, vi lo equivocada que estaba… en cada etapa de la
vida se pueden probar cosas diferentes, con personas que te hacen cambiar
repentinamente. Como quien rompe el paradigma de la palabra “amor”, aquel que
logra llenar mi agujero en el corazón.
Pero tras años de dejar la
escritura a un lado, puedo notar el óxido en mis palabras. En este momento no sé
cómo describir lo que siento por él.
De nuevo caigo en un dilema. Tal
vez en la mañana lo pueda solucionar, con un vaso del tinto que tanto odio.